Un día con Hipólito
Todo comienzo es una incursión en lo salvaje. Lo que no conocemos. Lo que está por llegar. El aún-no que nos invita a saber. El deseo de seguir asilvestrándonos.
El lunes 18 de diciembre comenzábamos el proceso de renaturalización del Luciana Centeno y lo hacíamos cruzando el territorio vecino, al otro lado, allí donde hace décadas estuvo instalada fábrica de producción y venta de Pan Arenas, un solar abandonado y hoy en ruinas sobre el que ha vuelto a crecer la flora salvaje y vascular, la misma que hace unos años nos llevó a imaginar para Córdoba una matriz verde. La misma que nos hizo vivir la ruina en el proyecto “Patio Cero. Solar Saqunda”. Aquella que todavía persiste en la mente de muchos de aquellos con los que se hizo la comunidad de ¡Vives en una ciudad agrícola¡. Loving and living the ruin. ¿Cómo seguimos? ¿Cómo comenzar ahora?.
Cruzamos la carretera y justo frente al Luciana Centeno nos encontramos con ese solar. Dos hornos abandonados y derruidos, un solar expropiado y delimitado en el plan de ordenación del Ayuntamiento como uso para infraestructuras de ocio, deportivas y aparcamientos ya en los años 80. Más de cuarenta años después, el solar sigue sin uso.
Después de conocer el trabajo de diagnóstico y acción realizado por Axerquía Verde, abrimos una puerta hacia aquello que está por venir, nos adentramos en la maleza, para con la propia tierra del lugar, comenzar el proyecto de renaturalización de uno de los parterres de la entrada del Luciana. Un proyecto de codiseño en proceso en el que ir aunando las voces e ideas de aquellos que van configurando la comunidad del Suq Centeno. Comienza la aventura. Volvemos a lo salvaje.
Martes 19 de diciembre. Llega Hipólito, el último alfarero que maneja la técnica del adobe en el Valle de los Pedroches. En una mano trae una criba, unas botas y un mono de color beige. En un saco, las gaberas y las raseras. En la cabeza, toda la historia de un oficio en vías de desaparición. Nos habla de los tejeros, de cómo se extraía la tierra del limo de los arroyos y de cómo en el valle hubo más de 50 personas que se dedicaban a ello. Empezamos la tarea.
Cribar la tierra. Cortar la paja. Hacer un volcán. Mezclar con agua y entre todas conseguir el barro con el que comenzar a hacer los ladrillos. Coloca la gabera, tira el barro, aprieta, báilalo un poco y retira la gabera hacia arriba. No sale. Vuelve a intentarlo otra vez.
Así pasamos el día, hasta conseguir terminar con esas 20 carretillas de tierra que al final de la tarde se convierten en una extraña instalación minimalista.
Llegan les niñes y siguen haciendo ladrillos mientras en una esquina del parterre Agripino comienza a hacer la plantera con la que se irá construyendo el semillero del Luciana. Altramuces, lechugas, acelgas, cilantro y una especie desconocida. El semillero queer está por venir. Como escribía Paul B. Preciado en Dysphoria Mundi, “Nuestra Señora del Efecto Invernadero, ruega por nosotros”.